Cultura, naturaleza y sustentabilidad
Para ser libre en el mundo, uno tiene que morir al mundo
Nisargadatta
Enrique Leff señala que fue aproximadamente a principios de los años setenta cuando sonó la alarma ecológica. Han pasada casi cuatro décadas desde entonces y lo que sabemos es que se mantiene la creciente destrucción de las bases de recursos de la Tierra, y en consecuencia una serie de desequilibrios ecosistémicos, que ha llevado a que los asuntos ambientales ocupen un lugar prioritario, -al menos en el discurso- dentro de la agenda geopolítica de desarrollo sostenible y de las “metas del milenio”. Si bien se reconoce que esto muestra el carácter global de la degradación ambiental y de la interdependencia de las condiciones de orden geofísico y ecológico con los procesos económicos, las estructuras institucionales, las relaciones de poder y las formas de organización cultural, eso no ha impedido que las dinámicas de la economía como una forma predominante de comprensión del mundo se antepongan a la ecología.
Sin embargo, el propio Leff reafirma la esperanza al referirse a la racionalidad ambiental, como un diálogo de saberes y encuentro de otredades, que se manifiesta más allá de la racionalidad científica y económica sobre todo en las comunidades rurales –indígenas y campesinas-, que conservan o que son capaces de reapropiarse productivamente de sus economías locales con base en la revalorización de sus prácticas y saberes tradicionales. Esta visión destaca la importancia de las identidades étnicas y los valores culturales en el manejo sustentable de los recursos naturales, y afirma la trascendencia de los pueblos indios y campesinos como defensores de dichos recursos, en ocasiones aún yendo en contra de políticas conservacionistas, o de los mecanismos de la geopolítica del desarrollo sostenible.
Otros autores como Jutta Blauert y Simon Zadeck (1999) señalan que en la vida real el optimismo debe venir siempre acompañado por la cautela, refiriéndose al nivel de participación campesina e indígena es esferas de toma de decisiones, y aún la participación por si sola no garantiza un posición suficientemente fuerte en los campos de negociación ni provee habilidades para la mediación. “Se requiere efectividad en todos los niveles, incluyendo al interior de los procesos de gobierno a escala local, regional y nacional, así como al nivel de las instituciones y las normas internacionales, incluyendo a las corporaciones transnacionales” (Blauert, Zadeck 1999:371). Se deduce de lo anterior la necesidad de que los grupos campesinos e indígenas establezcan vínculos con grupos de otros sectores económicos y sociales, y con otros actores que deseen involucrarse en el trabajo de cabildeo con ellos.
La primera empresa es la de lograr la unidad en el ámbito local y regional de los campesinos e indígenas frente a la problemática que plantean los asuntos ambientales, y esto ya es bastante difícil, debido a las diferencias culturales (en la Región de los Altos de Chiapas destacan los conflictos religiosos), políticas (diferencias partidistas), y económicas de cada región del estado o país de que se trate. Además de las implicaciones que tiene a nivel global la creciente migración aunada a otras problemáticas como el narcotráfico
El contexto chiapaneco nos ofrece un claro ejemplo: los campesinos e indígenas han sido sometidos a la sujeción de un clientelismo político que se ha impuesto ya por varias décadas a través de distintos programas gubernamentales y políticas agrarias y medioambientales que paralizan la posible movilización de dichos sectores. Si bien existen experiencias exitosas de búsqueda de organización, aún se está lejos de conseguir la cohesión al interior de una misma comunidad, y mayores dificultades existen en el ámbito regional, estatal y nacional. Para aumentar el alcance de las experiencias de sustentabilidad ambiental por parte de las comunidades se necesitan personas, herramientas, organizaciones y redes que puedan ejercer una influencia efectiva frente a las políticas y propuestas relacionadas con el medio ambiente, además de valioso aporte que pueden ofrecer algunas comunidades desde su racionalidad ambiental.
Qué y cómo haremos quienes nos movemos en un ámbito académico para contribuir con las comunidades a fin de que la gente pueda definir y manejar de manera responsable su propio sistema de medios que les permiten sustentarse; cómo contribuir al uso de recursos socialmente justo y ambientalmente sustentable; y finalmente, cómo contribuir a la reapropiación cultural de la naturaleza por parte de sectores que van están más allá de las comunidades rurales, y que dependen también en buena medida de los recursos y productos que se generan desde los pueblos campesinos e indígenas.
Bibliografía:
Leff, Enrique (2004) Racionalidad ambiental: la reapropiación social de la naturaleza. México; Siglo XXI. Cáp. 8.
Blauert, Jutta y Simon Zadek, 1999 (Coordinadores) Mediación para la sustentabilidad. Construyendo políticas desde las bases, Plaza y Valdes Editores, México.
De la exclusión social y la afirmación de la vida
Allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria,
se violan los Derechos humanos.
Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado.
Joseph Wresinski
Los textos de Castells y Mike Davis traen consigo la reflexión acerca de la exclusión social, expresada a través de los guetos, favelas, “ciudades perdidas” y otras formas y territorios que han ido tomando el ejército de desposeídos del mundo, integrado por personas que ven vulnerados sus derechos a una vida digna. Mientras, la acumulación de capital crece a partir de una economía informacional, que va filtrando y clasificando a los seres humanos en aquellos que están calificados para servir a sus industrias y aquellos que no cumplen con el “perfil profesional” requerido. Estos últimos, entonces van siendo marginados, relegados, y en muchos casos, empleados como mano de obra barata o como materia prima de la economía global, principalmente aprovechada por la economía criminal, afectando principalmente a los hombres jóvenes, a las mujeres, a los niños. A estos sectores se suman los ancianos, a las madres que carecen de recursos económicos, los refugiados, los desplazados, migrantes, mendigos, alcohólicos, drogadictos, minusválidos, enfermos mentales, minorías étnicas, y expresidiarios, dando lugar a amplios sectores de excluidos que por su distribución en diversos puntos del planeta –aún en países desarrollados- se les ha denominado el Cuarto Mundo.
Sin embargo, pareciera que el mundo globalizado y la economía informacional tienen tal fuerza que meten en la vorágine de su dinámica a millones de personas[1], tal como lo refleja la metáfora de Castells de los “hoyos negros”, imposibilitando toda respuesta a las condiciones impuestas por las élites dominantes, y acrecentando el número de personas que caen en la miseria y en la marginación. Sin embargo, personalmente he conocido el trabajo de ONG´s en algunos barrios de Chicago, en Estados Unidos; y al buscar en la propia red información acerca del Cuarto Mundo me he alegrado de ver en primer lugar una propuesta del Movimiento Internacional Cuarto Mundo, que viene realizando acciones desde 1965, lo cual ha fortalecido mi esperanza, y afirmado mi confianza en la metáfora de los “hoyos negros”, pero desde la perspectiva de Mafessoli (2004), quien afirma que aquello que es absorbido por los hoyos negros nace a un nuevo espacio-tiempo, dando lugar a nuevas formas de expresión de la socialidad, que son a fin de cuentas la “afirmación de la vida”, frente a una serie de situaciones que parecen catastróficas.
Me parecieron atinadas las afirmaciones que encontré en la presentación del Movimiento Internacional Cuarto Mundo:
·“La miseria no es una fatalidad y nadie se resigna a ella, ni los que la padecen ni los que la descubren.
·Todos los esfuerzos por construir un mundo de justicia, paz y fraternidad son más eficaces en la medida que las familias pobres toman parte activa ellos.
·Es primordial que los pobres recuperen su dignidad, que tengan medios o mecanismos para tomar la palabra y hagan llegar su voz más allá de sus ámbitos naturales de relaciones.”
Las afirmaciones anteriores me llevaron a preguntar ¿Qué nos corresponde hacer a quienes nos dedicamos al campo de las ciencias sociales y humanas?, ¿Es suficiente participar de la elaboración de un conocimiento riguroso de las poblaciones que viven en extrema pobreza?
Creo que Maffesolli, nos abre una perspectiva al respecto al abordar el tema de los movimientos alternativos y acercarnos a la posibilidad de construir lazos entre las situaciones de las poblaciones empobrecidas y marginadas en México, y las poblaciones de otros lugares del mundo, o quizá también debamos plantearnos cuestiones éticas y metodológicas que son retos en la investigación al abordar temas relacionados con la miseria y la exclusión social.
Para finalizar esta reflexión, deseo compartirles que en mi búsqueda encontré que se ha instituido un día mundial de rechazo a la miseria. El 17 de octubre de 1992, el ex Secretario General de la ONU, señor Javier Pérez de Cuellar, a nombre de personalidades internacionales reunidas en el Comité para la Jornada mundial del Rechazo a la Miseria, solicitó a esta organización el reconocimiento del 17 de Octubre. El 22 de Diciembre de 1992, la Asamblea de las Naciones Unidas proclamó el 17 de Octubre como: DÍA INTERNACIONAL PARA LA ELIMINACION DE LA POBREZA.
Bibliografía:
Castells, Manuel (1999) La era de la Información. Economía, sociedad y cultura Vol. III, Cáp. 2, (Surgimiento del cuarto mundo)
Davis, M, (2004) “Un mundo de ciudades perdidas” Este País, No 188 (mayo): 4-17.
Mafessoli, Michel, 2004. La potencia subterránea en El tiempo de las Tribus, Ed. Siglo XXI, México, pp 85-.
Vázquez Sotelo, O. “Cuarto mundo o la pobreza en el Norte" en Contribuciones a la Economía, marzo 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
http://www.atd-quartmonde.org/Declaracion-de-solidaridad.html
http://www.oct17.org/Historia.html
[1] Según datos del Banco Mundial, para el año 2001, se estimaba en un 21% de la población el número de pobres (aquellos que viven con menos de 1 dólar al día) y que en términos absolutos representaría unos 1200 millones de personas.