Thursday, May 17, 2007

Alimentación y consumo responsable



Los artículos leídos “Globalization for health. Trade liberalization and the diet transition: a public health response” (Rayner, 2007) y “La vida social de la tortilla” (Lind y Barham, 2003) nos proporcionan información sobre los mecanismos con que se maneja el flujo de producción y distribución de alimentos a nivel global desde una élite dominante, como lo señaló Castells en su texto sobre “Espacio de los flujos”, haciendo uso de su poder para crear políticas y acuerdos comerciales, realizando las inversiones necesarias para transformar el modo de producción tradicional, y para cambiar el estilo de vida de miles de millones de personas para contar con el mercado que requiere la industria de los alimentos.

Ambos textos también nos señalan la estrecha relación entre el cambio de nuestra dieta, la mercantilización de los alimentos y las enfermedades emergentes… y las sensaciones que ambos textos me generan son de impotencia, de un vacío que va del pecho al estómago, y también cierta incredulidad, que me llevan a preguntarme ¿cómo es que tal élite dominante ha podido lograr ese control, sobre algo tan básico para la sobrevivencia humana como es la alimentación?, ¿cómo se introdujo en nuestra alimentación cotidiana la comida rápida, y toda serie de alimentos chatarra y refrescos embotellados? Sin duda ha tenido que ver el enorme poder económico y el absoluto control sobre los medios de información que poco a poco nos han ido introyectando la imagen de lo que es “una mejor calidad de vida”, hasta convertir nuestras prácticas y hábitos alimenticios en una cuestión “cultural” que las nuevas generaciones están aprendiendo y que muy probablemente reproducirán en el futuro. En ese sentido he escuchado a personas que han migrado de las comunidades rurales a San Cristóbal de las Casas, decir que algo que ha mejorado al llegar a este espacio urbano es su alimentación, porque en su comunidad en pocas ocasiones consumían carne.

En otro texto que analiza la situación de la tortilla en nuestro país, se cuestiona el alza de precios que productos que son indispensables en la canasta básica, y me llamó la atención que a continuación se enumerara “leche, tortillas, azúcar y huevo”, lo cual me hizo reflexionar acerca de cómo nos hemos alejado de la dieta que incluye verduras y frutas, que lejana parece la época en que se consumían las plantas que no se cultivaban en la milpa (el quelite, la verdolaga, la malva) pero que nacían al sembrar maíz o frijol; y pienso en los niños y niñas de ahora que gustan del pollo frito, las hamburguesas y hot dogs, y han perdido el gusto por otros sabores… El caso es que aún quienes intentan ser críticos con el estado mexicano en este caso, defienden como “productos indipensables” un grupo de alimentos que están lejos de haber sido parte de una dieta “tradicional mexicana” (que considero dependía mucho de los alimentos disponibles a nivel local), y no cuestionan la manera en que dichos alimentos son producidos ni el aporte nutricional real que aportan a la dieta de los mexicanos en la actualidad.

Mi conclusión en este sentido es que es muy seductor el espejismo que nos venden los medios de comunicación respecto a los alimentos que nos brindan “una mejor calidad de vida” o que nos acercan a un cierto “estilo de vida” así que nos movemos en automático, modificando nuestras prácticas alimenticias sin mayor cuestionamiento con la esperanza de acercarnos a las imágenes que se nos presentan como lo “deseable”. Pero lo que me parece más delicado es que nos hayamos alejado de la posibilidad de producir nuestros propios alimentos, que es donde me parece reside el logro mayor de la élite dominante. Y si bien considero importantes los movimientos de resistencia y de denuncia ante la producción de alimentos industrializados y transgénicos, creo que la reflexión sobre nuestros hábitos alimenticios, y la modificación de aquellas prácticas que no son benéficas para que nuestro cuerpo se mantenga en un estado de salud, será un verdadero acto de resistencia y tendrá mayor impacto, por lo menos en el ámbito de nuestras relaciones cercanas. Otra posibilidad que podemos sumar a la anterior es el acercarnos al consumo de la producción local, adecuar nuestra dieta a las frutas u verduras de temporada, “romper” con el mito de que “lo orgánico es caro”, preguntándonos qué tanto cuesta nuestra salud y cómo ser consumidores responsables.

1 Comments:

At 8:23 AM, Blogger Ron said...

No te desanimes ni te sientas impotente. El primer paso es tomar conciencia. A pesar del poder de la industria agroalimenticia, dependen de las decisiones de cada uno de nosotros. Si dejamos de envenenarnos con sus productos tendrán que dejar de hacerlos.

 

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