Wednesday, July 04, 2007

Alimentación para la restauración ecológica

La utopía se hace realidad
porque todos los sueños nacen
con vocación de ser experimentados.
José María Doria


Precisamente en una sesión reciente de Teoría Social y cultural analizábamos en grupo que el modo de producción capitalista tiene modos de regulación que van más allá de la producción e gran escala y el mercado, que dichos modos de regulación penetran hasta lugares apartados, y hasta en los espacios íntimos, y en este caso tocan un elemento que es vital para la sobrevivencia humana: la alimentación. Coincido con González (2006) que esta acción tan cotidiana de alimentarnos no consiste únicamente en satisfacer el apetito y la demanda de calorías, proteínas, vitaminas y demás componentes que requiere el cuerpo humano para la vida, y sin embargo ahora parece tan “natural” ir al supermercado y surtirnos de las frutas, verduras y carnes que consumiremos, pero, ¿conocemos de dónde provienen las manzanas, las zanahorias, los tomates…?, ¿sabemos cuánto trabajo implicó su producción y cuál fue el proceso de distribución que los trajo a nosotros?, ¿puede un citadino –que ignora de dónde proviene el alimento que se lleva a la boca- participar en un proceso de restauración ecológica, o ésta es sólo tarea de los campesinos e indígenas?

Pocos nos detenemos a reflexionar acerca de que el acto de alimentarse es también expresar emociones y sentimientos –como lo plantea González (2006)- que nos remiten a evocar la tierra húmeda y fértil, la milpa con su diversidad de plantas, el agua, el campesino que se levanta de madrugada para preparar el terreno, siembra la semilla y cuida de la planta hasta que da sus frutos. En muchas ocasiones la tierra es árida o pedregosa, el agua es escasa, el campesino se enferma por el uso de agroquímicos, y al final recibe un pago miserable por el trabajo realizado durante meses o años, sin considerar la participación de la mujer o los hijos que contribuyeron sin que se tome en cuenta su aporte. La imagen de ruralidad, entendida como el espacio dedicado a la producción de alimentos me parece que queda muy acotada; la imagen de ruralidad que tengo presente tan sólo las pocas regiones de Chiapas –Altos, Selva, Norte- que he podido conocer puede ser muy diversa, y mucho más compleja.

Como señala González (2006), el mercado global ha ido incidiendo en las dinámicas de producción campesinas introduciendo técnicas y condicionando los cultivos que se deben producir, según la demanda de alimentos de ciertos sectores, mayoritariamente urbanos, o que son productos de exportación. Además de los daños que todo esto trae a la salud de los campesinos, de los daños que genera en el ambiente, y en el paisaje, lo que me parece más preocupante es que los campesinos que producen los alimentos sean quienes menos se beneficien de ellos, pues generalmente los alimentos de mejor calidad son enviados al mercado. Paradójicamente las iniciativas de producción alternativa y mercados “justos” o alternativos son propuestos por consumidores responsables, pero en última instancia quienes se benefician de lo “alternativo” son los consumidores; aún cuando haya un trato más cercano con el productos y se le pague un sobreprecio, la calidad de la dieta, el aporte de nutrientes, la comida sana va a parar a la mesa de los consumidores…¿cómo garantizar que también mejore la dieta de los productores y sus familias? Si somos parte del rompecabezas cómo hacemos que encajen todas las piezas.

Es cierto que los planteamientos teóricos y metodológicos de la antropología y del desarrollo regional permiten reafirmar la visión de la alimentación en una dimensión múltiple más allá de lo netamente biológico, y diversos estudios han dado cuenta de que son los campesinos quienes pagan la mayor parte de los costos de las políticas de desarrollo, de los ensayos tecnológicos, de la innovación productiva, de las normas de producción, de la dependencia del mercado de exportación, de los daños y contingencias medioambientales… pero cómo contribuimos a visibilizar el aporte vital de los campesinos en nuestra sobrevivencia –más allá de lo meramente biológico-, dando realce al valor simbólico o sagrado que ellos le atribuyen a los elementos del entorno, y a su contribución en la preservación de la biodiversidad.

Si hemos de plantear propuestas u opciones de desarrollo local que incluyan la valorización territorial en torno al paisaje, los recursos naturales, el conocimiento campesino, las tradiciones alimentarias, el retomar antiguas prácticas de mercado y formas de manejo de la agricultura, creo que debemos considerar en primer término que los campesinos y sus familias sean activos participantes, como lo señala Ingreet Cano, en un diálogo de saberes, pero también en una distribución justa de beneficios directos –no sólo económicos- de estas iniciativas.

Finalmente mi reflexión que lleva a considerar que un proceso de restauración ecológica debería verse reflejado en las personas, en sus cuerpos nutridos -en el sentido más amplio-, y en el mejoramiento de sus condiciones y calidad de vida, pues desde mi punto de vista la escala mínima de dicha restauración es cada persona, cada colectivo humano que da estructura y funcionalidad a los ecosistemas. Quizá no somos la pieza más importante del rompecabezas de los ecosistemas, pero intuyo que sí somos una pieza clave.

Bibliografía:

Cano, Ingreet. Recuperar lo nuestro: una experiencia de restauración ecológica con participación comunitaria.
González, Alma Amalia. Mercados alternativos locales frente al sistema agroalimentario global. Artículo aceptado para publicación en octubre 2006 por la Revista LIDER, No. 15, año 11, 2006

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