Saturday, September 16, 2006

micaelaalvarez

micaelaalvarez

El placer más noble es el júbilo
de crecer y de comprender

Leonardo da Vinci


En estos días en que me he acercado junto con mis compañeras a mirar retrospectivamente los orígenes de la Antropología: los difusionistas, los funcionalistas, Malinowski, Raddcliffe Brown, M. Harris… y tantos otros personajes que han contribuido a la construcción de la “ciencia antropológica”, al leer los textos y escuchar la crítica de los uno a los otros; de cómo se van modificando los presupuestos teóricos, de pronto me he remitido a la imagen de una persona que ha roto con sus padres, pero en su proceso personal empieza a sentirse incómodo con su manera de relacionarse con el mundo, y buscando ayuda terapeútica se da cuenta de que está repitiendo ciertos esquemas aprendidos de sus padres, ¿Cómo puede cambiar eso?, ¿es necesario cambiarlo todo? ¿esos esquemas aprendidos aún tienen cierto valor o aplicación en el presente?... ¿cómo podemos cambiar los antropólogos -aún en formación- la tradición de la observación participante, el trabajo de campo, los supuestos teóricos adecuadamente construidos?...Estos se han tomado hasta ahora como herramientas vitales del antropólogo y en consecuencia, de la antropología. Desde mi punto de vista lo que se ha ido modificando ha sido la visión del mundo. Los padres de la Antropología, tenían una visión del mundo según la época, y adoptaron personalmente una postura conveniente para sus relaciones en aquellos años, es probable que si ellos estuvieran en el presente cambiarían sus planteamientos – o no-. Es una cuestión de decisión personal.

En nuestros días podemos disponer de los análisis de los aportes de los diferentes teóricos, y reconocer que a partir de su trabajo se han sentado bases para la continuidad –cada vez menos nítida- de la Antropología. Es una decisión nuestra como antropólogos en la actualidad, conocer esas teorías y es nuestra responsabilidad asumir un postura ante la compleja realidad que se nos presenta en la actualidad, y “con esos mimbres tejer nuestros propios cestos”, en una relación dialógica con nuestro objeto de estudio, dándonos cuenta que como personas tenemos nuestra propia cosmovisión que se entreteje con la cosmovisión de nuestro objeto de estudio, y quizá también debamos tener la claridad de que lo que vamos a conocer es apenas un fragmento de una totalidad, demanera que tengamos la visión de no aislar ese fragmento, sino de encontrar precisamente sus enlaces con la totalidad. Mi propuesta es al final de cuentas que lo que ya conocemos no interfiera en el momento del desarrollo de nuestra investigación e intentemos una relación lo más desprovista de juicios y prejuicios con nuestro objeto de estudio, sobre todo en el trabajo de campo, que al llegar nos despojemos de nuestras teorías y supuestos teóricos, como quien se despoja de una túnica; y nos pemitamos sólo un encuentro con el Otro.

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